Never stop the press
De momento, los cuentos sólo pueden leerse en la edición limitadísima (100 ejemplares numerados), completamente artesanal y aspecto de incunable, con bellas y algo inquietantes ilustraciones de la artista plástica Judith Lange (se ha imaginado a estos seres antropomorfos como si fueran criaturas de un cuento gótico) y caligrafía manuscrita del amanuense José María Passalacqua (apellido ciertamente cortazariano), que ha elaborado la editorial Del Centro. Se presentan como tres libros independientes dentro de una caja roja y su precio es de 260 euros. “Es lo que ha costado editarlos, no tengo ninguna intención de hacer dinero con estos cuentos”, ha explicado a los asistentes su locuaz editor, Claudio Pérez Minguez. Presumiblemente, los cuentos se editarán de un modo más popular, al acceso de todos los bolsillos (y lectores cortazarianos, que son mutitud) cuando Anagrama, en abril, publique un volumen de inéditos del escritor argentino con motivo del 25 aniversario de su muerte. Hasta entonces habrá que esperar.
En cierto modo, como han anunciado en esta cita informal (una presentación abierta al público cuya convocatoria encontré en Internet, y a la que han acudido no más de veinte personas, entre famas, cronopios y esperanzas), con la lectura de uno de los relatos (Almuerzo) era la primera vez que se hacía público el contenido íntegro de uno de los cuentos, pues en la presentación para la prensa de la que dieron buena cuenta algunos medios no se leyó ninguno. También se ha dicho en la presentación que es absurdo inventar una polémica con esta “supuesta publicación elitista” de los relatos, debido a que el propio Cortázar “siempre defendió el trabajo artístico bien hecho” y varias de las obras que publicó en vida, según han dicho, las mostró al público por primera vez en “cuidadas y caras ediciones”, o incluso como extensión de otras manifestaciones artísticas, en referencia al relato Grafitti, que el escritor dio a conocer en el catálogo de una exposición del pintor Antoni Tàpies. No veo muy clara la similitud entre aquello y esto: una lujosa (muy hermosa y trabajada, eso sí) edición de 100 ejemplares de 260 euros, pero seguro que un cronopio lo dejaría correr sin hacerse más preguntas. La buena noticia en todo caso es que los relatos tienen gran interés y después de 37 años en la oscuridad ahora han visto la luz en forma de auténticos y fascinantes libros-objeto. Estarán una temporada expuestos en la librería Centro de Arte Moderno (Calle Galileo, 52 de Madrid), donde pueden tocarse y leerse con libertad.
Como son cuentos cortos realmente cortos, he aprovechado lógicamente para leer los tres, y me han despertado esa simpatía tan reconocible, probablemente porque me han trasladado automáticamente al inconfundible, tierno y maravilloso mundo habitado por la fauna de cronopios y famas, unos personajes que inventó Cortázar cuando tuvo la visión de unas pequeñas criaturas verdes tras escuchar un concierto de Stravinski en París. Procuro visitar con frecuencia el mundo que habitan (es de esos libros que invitan a releerse continuamente) y en el que siempre pienso que me gustaría vivir para después siempre darme cuenta de que efectivamente vivimos todos en él. Lo maravilloso es que Cortázar logra con estos seres mitológicos colocar un filtro sobre nuestra percepción de los seres humanos, una especie de velo embellecedor, de modo que podamos mirarnos con simpatía entre nosotros. Así que en una primera lectura, como decía, no me ha dado la impresión de que estos nuevos relatos desmerezcan frente a otros cuentos del mismo libro, y que si bien no están a la altura de por ejemplo “Instrucciones para llorar” o “Preámbulo para dar cuerda a un reloj”, no habrían desentonado en el conjunto del libro.
El cuento titulado Almuerzo seguramente no se publicó porque el libro recogía otro cuento titulado El almuerzo, que sin embargo es totalmente distinto. Si el relato que ya conocemos da cuenta del invento que hace un cronopio de un termómetro de vidas que detecta “infra-vida” en las famas, “para-vida” en las esperanzas y “super-vida” en los cronopios (qué modo tan maravilloso de catalogar la gama anímica de la fauna humana), el inédito es un divertido diálogo entre un camarero imaginativo (cronopio) y un cliente sin imaginación (fama) sobre el modo de servir las patatas fritas. El relato comparte la urgencia propia de las crónicas mágicas de la vida cotidiana que el irredento observador Cortázar fabricaba con tanto (in)genio y singular mirada.
No sin cierto disimulo he sacado fotos de las páginas de uno de ellos, el que más me ha gustado –que cuenta en 201 palabras cómo una esperanza salva a un fama muy trabajador de su desconsolada vida cuando le muestra el mundo a través de la ventana impresa de un periódico–, con la intención de transcribirlo luego y leerlo con más tranquilidad. Es lo que he hecho y tentado estoy de publicarlo aquí, máxime cuando un fama se me ha acercado en la presentación y me ha pedido que deje de sacar fotos “porque luego siempre hay un periodista que lo cuelga en Internet”. Mi parte cronopio quiere hacerlo y mi parte fama apela a mi sensatez. Espero que me perdone Cortázar (y su viuda) si me tomo la libertad de mostrar aquí sólo el último párrafo del relato. Al fin y al cabo, se titula Never stop the press:
“¡Oh milagro! Entre sus dedos quedó enredado el mundo y el fama ya no tuvo motivos para quejarse de su suerte. Todas las mañanas venía la esperanza con una nueva ración de milagro y el fama instalado en su sillón recibía una declaración de guerra, y una declaración de paz, un buen crimen, una vista escogida del Tirol y de Bariloche y de Porto Alegre, una novedad en motores, un discurso, una foto de una actriz y de un actor, etc. Todo lo cual le costaba diez guitas, que no es mucha plata para comprarse el mundo”.