sábado, 10 de octubre de 2009

'El Decálogo' de Krzysztof Kieslowski


Quinientos minutos
de prosa poética
Cada capítulo es un infortunio del azar, una sacudida devastadora, un dilema moral irresoluble. Quinientos minutos de televisión repartidos en diez capítulos de cincuenta minutos. El Decálogo (1988-1989) se ofrece como suma y compendio de una obra total, la de un cineasta que se extinguió silenciosamente después de abandonar su oficio porque lo consideraba insuficiente para expresar su noción de la condición humana. En El Decálogo, Krzysztof Kieslowski (Varsovia, 1941-1996), junto al co-guionista Krzysztof Piesiewicz, vertió no sólo el desarrollo de los preceptos bíblicos como punto de partida argumental (inspirándose en un cuadro polaco del siglo XVI en que se representan las Tablas de la Ley), sino más bien sus particulares principios estéticos y éticos, filosóficos y audiovisuales. En la clemente sordidez de sus imágenes habitan sus grandes preocupaciones, las que desarrollaría después en la cinematografía francesa que le otorgó reputación internacional, La doble vida de Verónica (1991) y la trilogía "Tres colores" (Blanco, Azul y Rojo, 1993-1994). Pero en su obra televisiva ya estaba todo. En prosa poética.

Veinticinco cortos y siete largos, buena parte de ellos para la televisión polaca, precedían entonces su carrera hacia la comprensión del medio, vinculada muy de cerca a la compresión moral y metafísica del hombre, expuesto a la vida entre los deseos de amar y de ser libre. Cultivada en el documental, la obra de Kieslowski había avanzado desde la prosa a la poesía, acaso bajo el deseo de materializar en imagen los versos de su compatriota, la poetisa Wislawa Szymborsk: "En la prosa puede haber de todo, hasta poesía. Pero en la poesía tiene que haber sólo poesía". El Decálogo parece situarse en el encabalgamiento del aforismo, cuando en la prosa late un irrenunciable sentimiento poético. Sirvan como eclosión las lágrimas de cera en el cuadro de la Virgen en Decálogo 1, insuperable metonimia visual del misterio de la fe y los principios de la razón. "Tienen la extraña habilidad de dramatizar las ideas en lugar de hablar sobre ellas", escribió Stanley Kubrick sobre Kieslowski y Piesiewicz. Los guiones de las diez películas, finamente esculpidos, sugieren caminos de pensamiento acerca de los personajes, pero nunca nos dicen cómo juzgarlos. Profuso en intensas metáforas visuales, como si fueran comentarios alegóricos del mundo y los hombres, el estilo contemplativo de El Decálogo no recurre casi nunca a la palabra para exponer los conflictos morales, que van del aborto al adulterio, del asesinato a la mentira, de la traición al engaño.


Ahora que, en el conglomerado audiovisual, la ficción televisiva parece haberse independizado definitivamente del cine (si acaso es el cine el que depende, financiera y artísticamente, de la televisión), poniendo en duda al menos el convencimiento de Serge Daney de que, a fuerza de convivencia, televisión y cine terminarían por parecerse, El Decálogo se formulaba algunas preguntas veinte años atrás que siguen siendo especialmente pertinentes. "No creo que el público televisivo sea menos inteligente que el cinematográfico", dijo en su momento el cineasta varsoviano. Para costear El Decálogo, financiado por la televisión polaca no sin condiciones, Kieslowski se vio obligado a desarrollar el guión de los capítulos 5 y 6 en películas cinematográficas (con versiones de 85 minutos), invirtiendo el beneficio de los largometrajes resultantes –No matarás (1988) y No amarás (1988)–, en el proyecto televisivo. El plan inicial de Kieslowski pasaba por que cada capítulo lo dirigiera un director debutante, pero finalmente decidió dirigir todos él y contratar a un director de fotografía distinto por capítulo (sólo repite con uno, Piotr Sobocinski), buscando así la autonomía formal de cada segmento: el sobrio realismo del Decálogo 2, la dimensión onírica en Decálogo 5, la expresividad de los encuadres del Decálogo 9... A la luz de lo que hoy entendemos por ficción televisiva de calidad (las series de la HBO), la prosa poética de El Decálogo nos recuerda que en una dimensión paralela hubiera sido posible una televisión realizada bajo la noción del cine conceptual de los años sesenta. Señala Jonathan Rosenbaum que, aunque realizado a finales de los años ochenta, hay un aliento creativo en El Decálogo que conecta directamente con poetas como Antonioni, Godard o Resnais.


Kieslowski es un poeta, sospechamos que el que mejor ha sabido filmar a través de ventanas, pero también un historiador. El Decálogo se concibe, desarrolla y emite durante el triunfo pacífico del pueblo sobre el moribundo sistema comunista, pero también cuando el trono del Vaticano lo ocupaba el polaco Karol Wojtyla. En esa esquizofrenia de creencias irreconciliables se desenvuelve la serie. Los guiones permanecieron en las oficinas de la censura institucional hasta que Kieslowski concedió no hacer menciones políticas ni mostrar cartillas de racionamiento, pero el complejo de edificios en el que viven los veinte personajes de la serie (que a veces se cruzan de un capítulo a otro) tiene por intención diseñar un microcosmos de Polonia en el que sus vecinos anhelan un sueño de libertad. El sentimiento moral de El Decálogo, no en vano inferido de los mandamientos católicos, está sin embargo más cercano al territorio agnóstico de Bergman que al místico de Tarkovsky, si bien no se conforman con una felicidad materialista. El personaje misterioso de la serie, el testigo silencioso interpretado por Artur Bacis (que aparece incidentalmente en ocho de las diez películas), puede representar la conciencia individual, como se ha dicho, pero es más hermoso pensar en él como la personificación de Kieslowski y su extrañeza frente a la complejidad del mundo. Un pesimista irredento que sin embargo concede al hombre algo de esperanza.

(Publicado originalmente en "Cahiers du cinema. España". Octubre, 2008. Num. 27)