La expresión rota y el gesto desencajado... Laura Dern en 'Iluminada' |
Iluminaciones de Amy
El
gesto desencajado, la sonrisa torcida, la expresión rota. Una clase de belleza
indeterminada, muy extraña, como un cuadro cubista que se proyecta en múltiples
direcciones. Sólo un director como David Lynch ha podido extraer lo más
perturbador de los rostros de Laura Dern. En Inland Empire (2006), la actriz se prestó como la tabla en la que
cincelar los gestos y vacíos fantasmagóricos de la contemporaneidad digital. Con
sus movimientos desmañados, su melena de fuego, a sus 45 años, Dern ejerce esa
clase de fascinación y desconcierto que generan las presencias desdobladas. Una
figura tan carnal como etérea, frágil y resistente como el cristal. El rostro
de Amy Jellicoe, su avatar o su alter ego en Iluminada (Enlightened, HBO), es un mapa en el que trazar las
angustias y las esperanzas del mundo. En una misma escena, en un mismo plano,
con apenas una modulación de luz, puede ser hermoso o grotesco. Una perfecta
caricatura del patetismo o un ser surcado de humanidad y de imperfecciones. Actriz
superlativa, la presencia de Laura Dern es siempre incontrolable.
En
torno a la dualidad de esa presencia, o más bien como reflejo de ella, edifica Iluminada su neurosis bipolar. En ella
se originan y en ella van a dar todas las líneas de pensamiento de una serie que
cree en la profunda transformación social; una serie que, como en un relato de
Julio Cortázar, se presta al funambulismo psicológico. Los puntos de fuga de la
personalidad de Amy, entre patéticos y consistentes, adquirirán un pleno
sentido (o algo parecido a ello) en el capítulo-desenlace. Que no en vano es el
principio de otra cosa, de otra causa y de otra Amy. Probablemente ningún otro
actor, ni siquiera James Gandolfini, ha sido tan crucial para esculpir sobre su
rostro y su cuerpo el discurso completo de una ficción televisiva. La
identificación es automática. Al frente de esta serie de la HBO, como es obvio,
está la propia Laura Dern, creadora y productora junto a Mike White, quien
también interpreta un papel. ¿Pero qué nos cuenta Iluminada? Mejor, ¿cómo lo hace? ¿Y por qué nos desconcierta, nos
irrita y entusiasma, nos trastorna y nos sosiega? Propongamos algunas claves de
lectura.
Para
empezar: Amy Jellicoe se desnuda en el prólogo. No en el sentido físico, sino
en el anímico. Escondida en el baño de la oficina, su rostro es la máscara de
la desesperación y la ira, cubierta de lágrimas, al borde del ataque de
nervios. Habita el extremo más caótico y excesivo y destructivo de su
personalidad. El espectáculo público de histeria que se desata a continuación nos
presenta al personaje central del drama (¿o es una farsa?) en el punto más bajo
de su vida. Su rosto emparedado por las puertas del ascensor. “¡Te destruiré,
te mataré!”, le grita al necesario antagonista, Damon (Charles Esten), su hasta
entonces jefe. ¿Cómo seguir a partir de ahí? ¿Cómo equilibrar el compromiso del
espectador con los trastornos de un personaje completamente expuesto al
ridículo? (Y las escenas que generan incomodidad y compasión y vergüenza ajena
hacia Amy serán una dinámica fundamental de Iluminada).
El
tono cambia bruscamente tras el fundido a negro del prólogo. Escuchamos música
reconfortante y un grácil
plano con grúa nos adentra en un cálido montaje de paisajes exóticos. Dice Amy
en off: “Ahora estoy hablando
con mi verdadera voz […] Es posible salir del infierno a la luz […] Puedes
cambiar y puedes ser un agente de cambio.” ¿Su verdadero yo? Tras su ataque de
histeria, Amy se ha sometido a una cura espiritual, una terapia de
evangelización new-age en las islas Hawai.
Ha sentido la presencia de Dios en una tortuga acuática. Dice también que ahora
comprende el valor de la vida. Transformada, regresa a Los Angeles a recuperar
su trabajo tras la excedencia (in)voluntaria; pero, sin dinero y sin
apartamento y separada de su marido Levi (qué agradable es tener a Luke Wilson
de vuelta), Amy tendrá que regresar a la casa de su madre, interpretada por
Diane Ladd, también su madre fuera de la ficción. Confía en todo caso en una
redención, una utopía.
Laura Dern y Luke Wilson |
Como
toda ficción de trastorno bipolar, las oscilaciones de tono serán constantes en
la serie. Y aunque se necesitan mutuamente, a veces será especialmente difícil
conjugarlas con armonía. Cuanto menos generan una colisión de estados de ánimo,
un resquebror en las expectativas. Cada episodio reserverá unos minutos de
encantadores fragmentos en los que la dulce voice-over
de Amy filosofa sobre imágenes que persiguen “la belleza del mundo”, y que navegan
plácidamente entre el manual de autoayuda (con frases que imaginamos salidas
del libro que presta a Levi, Fluye a
través de tu ira), el lirismo y la candidez espiritual. Como los minutos
diarios que dedica a la meditación oriental, esos fragmentos nos hablarán desde
el yo evangelizador de Amy. Son los espacios de ficción trascendental
reservados a la doctrina de Iluminada,
otra serie cuya ambición de intervenir en la necesaria transformación moral de los
paradigmas sociales es condición inherente a su propia existencia. Si The Wire lo hacía desde la trinchera política,
Laura Dern y Mark White lo hacen desde el púlpito espiritual.
La seductora
extrañeza que genera la serie, obviamente, se gesta en la bipolaridad de Amy.
Esos intercambios de parodia y drama, de caricatura y retrato al natural, se
difuminan frente a la tentación de tomarse en serio lo que es tan cómodo
tomarse a broma, responden con precisión a la psicosis de un personaje en
proceso de transformación extrema. Es el resultado esquizofrénico de infiltrar
un elemento en busca de sosiego, altruismo y armonía en el hábitat estresante,
competitivo y aniquilador del mundo corporativo, el del dinero rápido y obsceno,
el de los residuos tóxicos y la depredación empresarial, representado por la
empresa Abaddon (en griego: “destrucción”, “perdición”). La ficción invita a
habitar la delgada línea roja que separa la locura de la cordura, pues como hacen
en algún momento la mayoría de personajes que rodean a Amy (a veces incluso su
propia madre), también sospechamos de un cuadro clínico de enajenación mental a
partir de ciertos comportamientos y astracanadas: su hiperbólica empatía con
los extraños (abraza hasta a los aparcacoches), su sonrisa forzada, su obtusa
insistencia frente a las causas perdidas…
Laura Dern y Mike White. Quijote y Sancho |
La
ambivalencia juega en favor del propósito de Iluminada, que no es otro que “convertir” al espectador a la causa,
empujarle a dar el salto acaso del modo en que Amy trata de “convertir” a Levi (solitario,
ocioso, maníaco-depresivo… adicto a la cocaína y el cannabis), hacerle ver
para poder creer en lo inconcebible
(o la luz divina en una tortuga de mar). Como un inarticulado Quijote que
precisa de un Sancho, Amy encuentra a su escudero en Tyler, interpretado por
Mike White, de manera que la complicidad de su agitación acontece tanto dentro
como fuera de la pantalla. Y aunque la vida social y familiar de Amy sea un
imposible, aunque podamos dar por perdida su causa antisistema en un mundo que
se destruye sin conciencia, la invitación al sabotaje corporativo que propone
no puede ser ignorada. Esa desesperada necesidad de “resetear” su vida (y el
avance del mundo), que ya estaba en Breaking
Bad, alude ahora a todas nuestras vidas. Los molinos contra los que galopa
no eran monstruos de su imaginación. Es entonces cuando el compromiso del
espectador se equilibra con las iluminaciones de Amy. Enseñanza quijotesca: solo los locos cambian el mundo.
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