Miranda Colclasure es la explosiva Mimi Le Meaux en Tournée |
En los brazos de América
En casi todo lo que uno ha leído
sobre el autor de Opening Night
(1977) aparece de forma recurrente una palabra que no existe, que al parecer
los vicios de la crítica atesora como fecundo neologismo: “fisicidad”. El
regreso al cuerpo primordial, a la carne, que surge desde lo más profundo de la
imagen cassavetiana, es decir, la “corporeidad” de su cine. La imagen no sólo
para ser vista, también para ser palpada. El arranque de Tournée nos coloca frente a un espejo en el camerino de un teatro.
En un plano fijo, dos cuerpos voluptuosos, que Rubens hubiera pintado al
natural, se preparan minutos antes de que empiece el espectáculo. Son actrices
interpretándose a sí mismas en su trabajo, strippers
del “nuevo burlesque americano” –un universo sobre el que el español Ibán
del Campo realizó el cortometraje documental Dirty Martini (2009), cuya protagonista tiene un papel destacado en
Tournée– que ejecutan sus números y
Almaric los filma generalmente desde bastidores, como
si, al igual que su personaje y sus bailarinas, el espectador no pudiera tener
una experiencia completa del show.
Sólo pueden disfrutarlo de soslayo, inmersos también en la asfixiante burbuja
en la que una de las strippers interpreta
el baile más bello (y metafórico) del espectáculo, el que ilustra su condición
de misfits, un grupo de seres aislados,
desplazados y en perpetuo tránsito por teatros y hoteles de la costa francesa,
que confía en un destino sobre los escenarios de París.
Cuerpos que Rubens hubiera pintado al natural
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Y si hay un destino es porque los
cuerpos se mueven. Hay películas poseídas por el sentido del movimiento
perpetuo. De hecho, existe todo un cine obsesionado con ello. No es el cine de
atracciones y deflagraciones, no es el cine del ruido, como podría pensarse. Es
más bien el cine del que hablaba ya el crítico norteamericano Kent Jones en su
carta de amor a Cassavettes (Movie
Mutations). Es el cine de los que sintieron en el autor de Faces que la dirección cinematográfica
no tenía por qué ser una intervención externa, sino una cuestión de “compromiso
con la vida de la película”. Arnauld Desplechin, Olivier Assayas,
Abdellatif Kechiche, Mia-Hansen Love… todos cineastas franceses que parecen
compartir esa cualidad líquida en sus películas, como si no pudieran realizar
otra cosa que artefactos siempre en fuga, imposibles de gobernar, perfectos
reflejos de un mundo en constante reinvención y mutación, un mundo sin
territorio. Las imágenes de Tournée,
donde hasta el sexo es veloz, parecen
todas ellas tomadas por “la ilusión de vivir rápido”, como dice en un momento
del filme Joachin Zand, exproductor de la televisión francesa que tras una
larga etapa en Estados Unidos regresa a su país como manager de la ‘troupe’ de burlesque. El cine de Amalric se decide
también en esa zona de inestabilidad donde operan sus mencionados colegas y
compatriotas, y no porque Tournée sea
en esencia una road-movie que sólo se
detiene en el océano, sino sobre todo por la vibración interior de su
protagonista, un cuerpo frenético en una interpretación frenética (de escenas
moduladas en el exceso: el ataque de ira en el tren, la confrontación en el
teatro, la irrupción de histeria en el supermercado…), basada según Amalric en
la personalidad del desaparecido productor cinematográfico Humbert Balsam, en
quien ya se inspiró Mia Hansen-Love para
la magnífica Le pére de mes enfants
(2009).
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El movimiento, el camino
incierto, la ilusión de la velocidad vehiculan el relato por una suerte de
esquizofrenia, de desdoblamiento que encuentra su inseparable reflejo en todos
los aspectos del filme, desde su cauce narrativo, cultural y estético a la
vertiente emocional de su protagonista. Hay en Tournée una constante dualidad en juego, la circulación de
conflictos que se dirimen entre el deseo y la realidad –como el grupo de strippers, cuyo sueño es actuar en París
pero su vigilia son sus performances en
la periferia francesa–, entre el amor y el odio, entre la experiencia (vital) y
la representación (artística), entre el ser y el estar, porque Tournée es una película que sólo puede
conjugarse con verbos transitivos. En esa “transición” está inmerso, como un
fluorescente parpadeante o un fuego que nunca termina de extinguirse, el
carismático Zand, ese sosias afrancesado de Cosmo Vitelli, orgulloso,
autodestructivo, seductor, hedonista y angustiado. Dividido entre dos familias,
al mismo tiempo núcleos y apéndices de su existencia, Zand se desdobla en su
viaje de la costa a París, suspendido emocionalmente entre la familia de strippers –a quienes llama sus “hijas”–
y la familia biológica –sus dos hijos–, y cuando los dos mundos entran en
contacto se produce el colapso que precede a la catarsis de Zand, que se
traduce prácticamente en el destierro del protagonista, determinado por un
pasado que quiebra su identidad.
Cosmo Vitelli (Ben Gazarra) en The Killing of a Chinese Bookie (1976, Cassavetes) |
Joachim Zand (Matthieu Amalric) en Tournée (2010, Amalric) |
En este viaje, en esta gira,
Amalric busca entonces la América que hay contenida en Francia, y se propone
filmar su país extrayendo los paisajes y espacios –gasolineras, Kentucky Fried
Chicken, clubs de carretera, hoteles de extrarradio...– que remiten
directamente a un cine anclado en la imaginería americana. Entra en juego así
una permanente tensión, un dinamismo cultural, pero sobre todo idiomático, en
el que hablar en inglés o hacerlo en francés (en ocasiones se mezclan en un
mismo diálogo) no es una cuestión baladí. No lo es por ejemplo que las escenas
más dramáticas se dialoguen en francés, incluso aquella tensa conversación, de
acusaciones y de mensajes ocultos, que tiene lugar entre Zand y Mimi Le Meaux
(Miranda Colclasure) en un pasillo de hotel, y que anuncia el desvío del film
hacia una historia de amor sólo latente hasta entonces. En la banda sonora, de
espíritu retro, toma fuerza el tema Have
Love Will Travel, interpretado por The Sonics, que abre y cierra la
película, porque el amor y el viaje son las coordenadas básicas del relato.
La escena más hermosa lo ratifica. Aislados en un hotel desértico y fantasmagórico, a pie de mar, donde va a dar con toda su belleza lisiada el grupo de misfits, Zand renace al hacer el amor con Mimi y Amalric filma a Miranda Colclasure semi-desnuda, entre el pudor y la devoción, casi como Bert Stern fotografió a Marilyn en el hotel Bel-Air, acariciada por una luz cálida, colmada de erotismo. El tiempo por fin se ha detenido, el sexo, hasta ahora tomado por el movimiento incontrolable, ya no es un capítulo de eyaculación precoz en un baño público, es una elipsis, un clímax escamoteado que humaniza a nuestro protagonista y le devuelve al mundo. “Welcome to paradise”, dice Zand a sus chicas, renacido en los brazos de América.
Publicado originalmente en Cahiers du cinéma. España (Mayo 2011)
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