Vas a llorar, Louie, vas a morir…
1) Mírales
a los ojos y habla desde el corazón
2) Tienes
que irte para volver
3) Si
alguien te pide que guardes un secreto, es que el secreto es una mentira
Jack Dahl
(David Lynch) en Louie [S03E12]
Exterior, noche en Nueva York. En plano
frontal sostenido, un templo de la comedia. Entre sus invitados, Louis C.K., probablemente
el humorista más hype de la ciudad,
lo que allí se entiende por un “comic’s comic”, es decir, un cómico de cómicos:
en la mejor tradición norteamericana del ‘stand-up comedy’, la comedia
monologada. Su comedia es su vida, su trabajo, su soledad, sus anhelos y su
familia. El día a día en la metrópoli del siglo XXI. En este “sitcom verité”,
la tercera temporada de Louie (FX) llegó
a su hiatus final con una clase revelación creativa reservada a muy pocos. Tres
capítulos en continuidad narrativa bajo el influjo (y las enseñanzas) de David
Lynch [Late Show] y un epílogo en
Asia [New Year’s Eve]… confuciano, poderoso,
divertido y conmovedor. El plano final lo hubiera filmado Ozu.
De la oscuridad urbana a la luminosidad
revelada, el trayecto de ochenta minutos entre estos dos planos contiene todo
aquello que nos sacude en las formas y fondos de la serie Louie y que en cierto modo ya podemos leer bajo la marquesina del
teatro en el plano seminal: Improv.
Hay dos formas igualmente significativas de interprretarlo. Como abreviatura de
improvise o improvistation (improvisar
o improvisación) y como equivalente fonético de improve (mejorar). En torno a estos conceptos-desafíos articula
Louis C.K. su prodigiosa serie, que crea, dirige, protagoniza y edita.
Improvisar
(reír y llorar, desde el corazón). En
estos cuatro capítulos de formato semi-independiente dentro del conjunto de la
tercera temporada ni siquiera la deliciosa ‘intro’ –su paseo camino de un bolo
en el Comedy Cellar del Greenwich Village– está libre de los efectos de las
mutaciones y desvíos de la serie. El audio musical cambia radicalmente: del Brother Louie de Hot Chocolate
(interpretado por The Stories) a un score melodramático.
Pero no es el primer ni el último salto
al vacío de una serie donde autobiografía y fabulación se nutren constantemente.
El hombre y el artista trazan su independencia en el espejo de la televisión.
El hombre es Louis Scékely (Washington, 1967), de ascendencia húngaro-judía
(padre) y mexicana (madre), criado en Boston. Su aspecto robusto, su rostro
bonachón, la incorreción de su humor y su verbo malhablado encierran nociones
de identidad colectiva asociadas a la clase trabajadora. Está divorciado y
tiene dos hijas. El artista, después de veinte años como colaborador en los
shows cómicos más respetados del espectro televisivo (Conan O’Brien, Dana
Carvey, Chris Rock, David Letterman…), de dirigir dos películas infértiles (Tomorrow Night, 1998 y Pootie Tang, 2001), y, entre otros
proyectos, crear y protagonizar una serie de corto alcance (Lucky Louie, HBO, 2006), decide a partir
de 2009 producir y distribuir de forma independiente sus espéctaculos en
directo. Son monólogos que rompen límites verbales y desactivan tabúes (sexo,
niños, familia, política, etc), groseros y grotescos, ciertamente hilarantes,
proferidos desde la conciencia de un alter-ego que es y no es Louis Scékely,
sino Louis C.K. Solo las ventas on-line de sus espectáculos superaron el millón
de dólares. Y el hombre/artista crea su propia serie en la cadena FX, de la que
es dueño y señor: Louie (2010-2012),
donde interpreta a un cómico que está divorciado y tiene dos hijas. He aquí una
cierta forma de vivir el sueño americano.
Es la que cuenta a su modo el episodio
triple Late Night. Tras una
inesperada participación como invitado especial en el “Jay Leno’s Tonight
Show”, el presidente de la CBS le propone la posibilidad de ocupar el sillón de
David Letterman al frente de su “Late Night”, uno de los programas más longevos
y populares de la televisión, del que Louis CK salió por la puerta trasera con
la promesa de que nunca volvería. La oferta es un todo o nada, “un principio o un final”, tal y como se
lo plantea Louie al misterioso “entrenador personal” que le proporciona la CBS,
Jack Dall. Su primera aparición es de espaldas, tocándose lo oreja, antes de
revelar el rostro de David Lynch. A este punto, a este preciso momento, es al
que súbitamente comprendemos que ha ido caminando la serie durante tres años
(aunque ni el propio Louis CK lo supiera), apelando, siempre en los márgenes de
una ‘sitcom’, a la extrañeza surreal, el absurdo onírico y la incomodidad
psicológica. Proponiendo diversos saltos al vacío.
Mejorar
(vivir y morir, irte para volver).
La colisión/colaboración entre Louie
y Lynch genera frutos inesperados y proporciona fértiles analogías. Nos habla
de la culminación de un proyecto creativo en permanente (y evidente) evolución,
poniéndose a prueba sin complejos. En verdad, las múltiples piruetas formales
de Louie, abriéndose a diversos códigos,
con guiones que albergan un impulso anárquico, caminaban decididadamente hacia rupturas
de la lógica narrativa y la disolución del “relato cerrado” en favor de
momentos mágicos y perturbadores. En su emparejamiento final con Lynch (bajo el
esquema maestro y alumno) toman pleno sentido las citas lynchianas en la
atmósfera y la puesta en escena de varias escenas de Louie, así como la inconsistencia de identidades a lo largo de la
serie, con los mismos roles (el de la hermana y la exmujer de Louie)
interpretados por actrices distintas, de apariencia, edad y hasta razas
variadas.
Así que Louis CK filma a David Lynch
saliendo detrás del telón [Late Night.
Part 2] y mostrándonos cómo el sonido marca toda la diferencia respecto a
lo que la imagen parece decirnos. ¿No es acaso Lynch el más excelso generador posmoderno
de las fricciones entre lo que vemos y lo que oímos? El autor de Mulholland Drive y de Inland Empire irrumpe en el unvierso
alternativo de Louie, trasladando su
retrato irónico y terrorífico de la industria del cine a la televisiva, con la
participación de Chris Rock y Jerry Seinfield lanzando puñaladas traperas. Las enseñanzas
confucianas y pugilísticas de Jack Dall, con sus tres reglas del showbusiness, encierran la catársis
creativa de Louie, su proceso para afrontar el miedo y resolver el dilema
melodramático entre trabajo y familia. Bajo la invocación de Rocky (otro sueño americano) se somete al castigo físico, a recibir
golpes en el ring antes de sentir la necesidad de golpearnos a todos con un
humor que, esencialmente, nace en la expresión de la rabia. [Esto también es
autobiografía: Louis practica boxeo como terapia creativa].
La emotiva celebración final frente al Ed
Sullivan Theater (F--- You, David
Letterman!) remite a las verdaderas conquistas de Louie, las más sorprendentes en originarse en la teleficción
norteamericana. El modo en que el trazo grueso ha modulado hacia la fina
pincelada, la depuración silente, el refinamiento de la mirada. Louis ha
alcanzado el zen creativo que sugiere el plano final ozuniano. Si regresamos al
principio, al plano donde se leía Improv,
veremos a la derecha la letra V.
¿De “victoria” (victory)? ¿Y/O de
“venganza” (vengeance)? El artista y
el hombre.
Publicado en "Caimán. Cuadernos de Cine" (Abril 2013)
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